A ese monstruo sin rostro…
El mismo que abusa de su fuerza y su poder sin reparo, impunemente y en aras de la verdad.
El mismo que creó criterios diagnósticos para considerar la homosexualidad una enfermedad en el DSM hasta su revisión segunda en 1973.
El que abusa de la mujer por su falta de control ante el ocaso inevitable de sí mismo.
El que encasilla, el que prejuzga, el que no filtra información y la repite vomitando.
El que abusa del poder otorgado.
El mismo que maltrata la infancia impunemente…
El que no duda.
Aquel monstruo que considera los animales objetos propios y la naturaleza en general su lugar de vacaciones y también su basurero.
Solo hay uno y es el mismo. Tan difícil de combatir pues lo negamos y, por desgracia, en algún momento todos y todas miramos desde sus ojos sin verlo.
El que se lucra ante las desgracias de los demás y las potencia con igual objeto.
El mismo monstruo que piensa que el amor está en venta. O que se puede atesorar la belleza.
No veremos su extinción, me temo, ni nosotros ni nuestros hijos ni quizá los hijos de nuestros hijos pero es la mayor de las obligaciones como ser humano que cada uno de nosotros aporte su granito de arena, día a día, segundo a segundo para que alguna vez, llegue a ser, sencillamente, un recuerdo remoto en la infancia de la humanidad.
Cheli López