Aunque una persona tome la decisión de dejar una adicción que arrastra durante años, no resulta fácil ya que su comportamiento ha quedado estructurado conforme a dicha sustancia (o sustancias) y, por tanto, su vida gira alrededor del consumo en varias formas y múltiples direcciones. A esto hay que sumarle que con cada toma se persigue la sensación primera, aquel primer estado inalcanzable que nunca se vuelve a encontrar. La vida se vuelve una montaña rusa que no se pone en funcionamiento del todo y el objetivo de hacerlo se torna cada vez más costoso a varios niveles.
A pesar de que la persona se puede sentir esclava y ver los costes que le está causando un consumo prolongado y/o descontrolado, y tenga igualmente muy claro que quiere dejarlo, suele manifestar una clara ambivalencia hacia esto. La ambivalencia es una característica que no ayuda en su dirección vital pues, hay momentos en que se ve muy claro que la decisión tomada es su elección y otros en que la situación o el consumo arrastran a creer que este último se hace por gusto. No obstante el día posterior de resaca suelen venir las «madresmías«. No es fácil vivir haciendo algo que no se quiere hacer y además que no se logra dejar de hacer así que, para que no se dé una disonancia entre pensamiento y acto, la persona verbaliza que lo que hace lo hace porque quiere y lo hace porque le gusta.
La ayuda especializada jamás es determinante pero si puede ser el empujón definitivo. El esfuerzo siempre es de la persona que lo logra porque es un objetivo que en muchos casos se consigue finalmente.
Si consideras que vives una situación de dependencia, da por sentado que no eres un drogadicto porque nadie es una palabra. Pero sí puede que estés cansado y, quizás, ya haya llegado el momento de solicitar ayuda.
Cheli López, Psicólogo