No cesa el ruido, las campanas, los vecinos, el WhatsApp,…ahora un coche. Desde que comenzó la pandemia me gusta más el silencio. En realidad, lo amo.

Hay momentos en los que no soporto la voz humana hablando de trivialidades y a voces. Lo más curioso es que, antes del maldito virus, no tenia estas percepciones. Estaba inmersa en el círculo, posiblemente, y no veía más allá.

Creo que me está afectando, por mucho que intento normalizar la situación no consigo mantener el ritual con la idea de que hay que vivir cada día y no pensar cuanto nos queda para salir de todo esto. Eso sería lo normal pero a mi ya no me está funcionando.

Donde está el fin de los días oscuros no lo consigo encontrar, quizás se acerque o quizás no y volvamos de nuevo a subir la curva y a bajar, subir y bajar. ¿Cuándo llegara el equilibrio? Siempre me ha gustado la idea de que es mejor encender unas velas que quejarse de la oscuridad.

Hoy mi día comenzó oscuro, así que haré el esfuerzo de encender una vela con aroma a vainilla, que me de luz y tranquilidad porque la vainilla tiene el poder de devolverme a los días felices de mi niñez. 

Caminaré otra vez, me ayuda tanto que hace que la luz de la vainilla se convierta en el sol de la montaña. Ahora, la esperanza reemplaza a la tristeza.

M. Mañas.