Lleva muchos años trabajando los problemas de salud mental en población migrante en Almería, ¿ha notado algún cambio en los últimos años?
Sí, llevo más de veinte años trabajando en el tema migratorio, al principio apenas representaba el 7% de la población, mientras que ahora ronda en torno al 25%, siendo además muy heterogénea la procedencia. En este sentido, ha habido cambios en la demanda, aunque no tanto como le correspondería en proporción a la población existente. Las últimas estadísticas que realizamos, el 12% del total de la demanda de salud mental correspondía a población inmigrante en el municipio de Roquetas de Mar, mientras que a finales del 90 no llegaba al 7%. Otros cambios muy importantes han venido provocados por la crisis económica, que siempre golpea al más débil. Ha habido un aumento en el número de casos y también un incremento en los problemas derivados del consumo de drogas (relacionado con marihuana y alcohol), sobre todo en la población proveniente del norte de África.
También se ha notado un aumento de los cuadros psicóticos de la población subsahariana. En los norteafricanos, apenas se ha notado episodios psicóticos sin consumo de tóxicos. Sin embargo en la población subsahariana sí que ha habido un aumento de estos episodios sin consumo. Creo que esto se debe a que para los norteafricanos la migración es más de tipo familiar. No es que sea nuclear, pero sí es acompañada de primos o de otros miembros de la familia. Cuentan con un apoyo emocional muy importante, una red familiar. En cambio los subsaharianos no. De hecho, los episodios psicóticos de gente joven subsahariana vienen derivados también de quienes viven en condiciones de hacinamiento, que genera estrés y angustia. Su modo de migrar generalmente es sin familia, creo que es la principal diferencia, la búsqueda de redes sociales. Por eso también está más presente en esta población el asociacionismo, quizá por suplantar un poco la carencia de esa red familiar.
Igualmente, la crisis ha afectado mucho a la población migrante en relación a no tener hogar. No sólo los españoles han perdido sus casas, muchos migrantes han sido desahuciados también.
¿Cuáles son los trastornos mentales más comunes en personas migrantes?
Además de los trastornos comentados anteriormente, que son los más graves, el más común de todos es lo que se llama “duelo migratorio” que yo prefiero llamarlo “duelo por las pérdidas”. Lo que caracteriza al duelo migratorio es la pérdida, tanto de vínculos, como de estatus social, de un proyecto vital… Cuando están aquí, hay un derrumbe de las fantasías y esperanzas que tenían depositadas. El proyecto migratorio se hace llevadero mientras haya una ilusión de mejoría, pero cuando llegan aquí encuentran que no es lo que esperaban. Muchas veces este proceso se presenta con episodios de ansiedad, de angustia y de fatiga cognitivo-emocional, que se caracteriza por malestar general, trastorno gastrointestinal, insomnio, cefaleas y falta de atención y de memoria. Otro síntoma es el mal humor y la irritabilidad, a raíz de no descansar.
¿Qué se debería hacer para tratar de mejorar el tratamiento de las personas migrantes con problemas de salud mental?
En primer lugar, hay que matizar que es muy común equiparar proceso migratorio con algo patológico, y no tiene por qué ser así. El proceso migratorio bien llevado, con apoyo social, puede ser de las experiencias más enriquecedoras que puede tener una persona.
Una vez dicho esto, para tratarlo, a veces lo que hay que hacer es simplificar, no complicar más. En ocasiones existe la idea de que, al haber barreras culturales, de idioma, hay que hacer grandes cambios para poder atender a esta población. Si nos ponemos montañas para subir, no lo vamos a conseguir… yo siempre he dicho que hay que hacer pequeñas adaptaciones. Como el efecto mariposa, pequeñas modificaciones pueden dar grandes resultados. Lo que hay que hacer es modificar nuestras actitudes. Si yo tengo la idea de que lo que tengo enfrente es algo difícil de abordar, entonces ya me voy a agobiar. Con un ejemplo quizá se entienda mejor: la barrera idiomática. Cuando una persona migrante va a salud mental tarda alrededor de dos años. Para entonces, algo de idioma ya maneja. Si trasmitimos la tranquilidad de que “te voy a escuchar”, “te voy a entender”, ellos también se van a hacer entender. Atenderlos queriendo escucharlos, sin prisas. También se pueden hacer adaptaciones en cuanto al horario. Ellos tienen que trabajar, jornada que no trabajan, no cobran. Por tanto, hay que adaptarnos un poco a su horario. También incluso en cuanto al abordaje. Otro ejemplo: alguien que se maneja bien con el idioma y vamos a empezar con la terapia trabajando la autoestima. El enfoque va a ser diferente si es una persona europea (más individualista) que una persona de una cultura más colectivista. Pero es el enfoque lo que cambia, no la técnica. Igualmente, hay que explicar bien el tratamiento, puesto que en su cultura la medicina es privada y piensan que todo esto cuesta dinero, hay que tratar cuestiones así.
¿Se puede hablar que el tratamiento en salud con personas migrantes es similar en todos los sitios o hay alguna experiencia que quiera destacar?
En Andalucía tenemos el Programa de Atención a la Población Inmigrante en Salud Mental (PAPI). Se ha probado como programa piloto en Roquetas de Mar durante el 2011 y desde 2012 es ya oficial, el mismo se puede descargar de la página web del Servicio Andaluz de Salud. Aunque tiene algunos aspectos que hay que revisar, a mi modo de ver, está bastante bien. Consta de cuatro protocolos, donde están implicados todos los niveles de salud: duelo migratorio; trastorno mental grave; drogodependencias y trabajo en red. Es un programa puente, esto es muy importante. No es que haya una red paralela para la población inmigrante, ya que esto es otra vez excluirlos. Existe la misma red para todo el mundo. La diferencia es que facilita el acceso, saltándose un poco la derivación. Permite a las asociaciones, los servicios sociales… que contacten con nosotros directamente, no sólo a través del médico de cabecera. Esto se hace así ya que una persona española tiene familia, que ve que la persona no está bien y lo lleva al centro de salud, pero una persona inmigrante que vive sólo, lo ven raro los amigos pero tienen más problemas para llevarlo a atención primaria. De esta forma, gracias al protocolo se han perdido muy pocos casos graves, incluso en pacientes sin hogar. Que yo conozca, este programa no existe en otras partes de España. La pena, es que sólo se esté llevando a cabo en Roquetas y en El Ejido.
¿Algún aspecto más que quisiera añadir?
Sí, me gustaría destacar dos conceptos, utilizados habitualmente que, a mi modo de ver, no son adecuados. El primero es el término “segunda generación”, para mí es un concepto que está haciendo mucho daño. ¿Por qué digo esto? Porque estamos llamando a una persona “inmigrante” cuando no ha inmigrado en su vida. Ha nacido y vive en el país donde le llaman inmigrante. Sería inmigrante si va al país de sus padres o abuelos. Los países anglosajones dicen que la primera generación es pacífica, poco ruidosa, la segunda está confundida y la tercera es agresiva. Seguimos diciéndoles que “tú no eres de aquí”. Yo llevo aquí en España 48 años y tengo asumido que no soy de aquí, sin embargo he vivido más aquí que en Siria. Pero los que nacen aquí les seguimos llamando “segunda generación”. A nivel práctico les crea incluso pocas expectativas tanto a nivel educativo como a nivel laboral.
Un segundo concepto es el de “aculturación”. Creo que es un término dañino que viene de la época colonial y trata a las personas como contenedores de algo, habiendo que «vaciar y rellenar». Esto produce estrés, un estrés tóxico, al tener que renunciar a lo que eres, para que seas admitido, además a medias… Yo lo sustituiría por otro concepto: interculturización. Es algo que afecta a dos culturas. Yo acepto la otra cultura y la otra me acepta a mí. Es importante que construyamos un nuevo vínculo social. Para poder pasar a la integración y, sobre todo, a la inclusión. La sociedad tiene que cambiar sus actitudes y tener una actitud incluyente.